Alzaste
el puño izquierdo y gritaste libertad, el mundo calló para escuchar
tu petición entre todas las voces que se alzaban, rodeados por
justos que pedían justicia, pedían más.
Pero
no nos escucharon, aplacaron nuestras voces con mentiras, tumbaron
nuestras banderas en busca de conquista, colonizábamos el derecho de
expresión.
El
amor que repartíamos, hermanos de una misma patria con un mismo fin.
“¡Libertad!”
se oía por las calles, cansados de que hiciesen oídos sordos a
nuestros ruegos, a que nuestro único verde se encontrase en los
parques, los mismos donde ahora dormían niños y familias enteras,
hartos de que luciesen con orgullo colores que no representaban la
realidad, la verdad de una vida en la que se nos concede una libertad
a medias y se nos niega un libertinaje.
Miles
de voces se alzaban en pos del amor libre, las aceras abarrotadas de
mujeres besándose entre ellas, de hombres agarrados de la mano, de
familias harapientas, de niños desnutridos, de locos que quizás no
lo estamos tanto.
Así
que, cuando alzaste el puño y observé el rojo del sol, cuando
alcancé a ver las margaritas y ondeó el morado en la apuesta
nocturna, en ese entonces, grité por todos nosotros, por la
libertad, por mucho más.
“En
dedicatoria a mi chica revolución, mi Carolina. Por enseñarme que
este mundo no está del todo perdido y merece la pena luchar por esta
causa.”
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